miércoles, 9 de julio de 2014

“Programar este Festival es construir una montaña rusa para el espectador” por Julio Caloggero




La Plaza de Tapiales deja ver que ya no hay una sola hoja en las ramas de sus árboles pues hemos pasado el otoño y ahora estamos en pleno invierno. Esto significa que comienza el periodo de convocatoria de los cortometrajes en el TAFIC, es un llamado abierto a todos los realizadores del mundo (por ahora solo de este, no sabemos si existe el cine en otras galaxias). Esta etapa, mi favorita en el festival nos propone una gran travesía cada año y es  algo tan amplio que va desde ver lo que cuenta un realizador de cine camboyano a un cordobés. 

El TAFIC viene aumentando año tras año la recepción de cortometrajes y este no es un detalle menor ya que determina en parte su crecimiento como festival y el conocimiento que tiene la comunidad cinematográfica sobre el mismo. Ahora todo se amplifica muchísimo con el envío en forma online, demanda en cada edición sumar más gente en el área de la pre selección y no es extraño que este año el festival supere los mil cortometrajes recibidos cuando cierre su convocatoria en septiembre.

Como programadores este es el momento crucial y significativo ya que se trata de los materiales con los que  construiremos el festival basados en un criterio de selección definido desde el perfil mismo del TAFIC, algo que llevo algunos años encontrar y dio sentido del ser, que no es otra cosa que la identidad misma. El objetivo es claro y preciso, que cada función sea una aventura para el espectador que se sienta y mira el TAFIC.

En el más simple análisis damos cuenta que este no es un festival convencional, este es un hecho cultural que emerge en el seno de Tapiales desde un ambiente público, con una sede (una de las más importantes por ser dónde se proyecta la competencia) que se sitúa al aire libre, creídos que el acceso a la cultura debe ser gratuita, el TAFIC probablemente sea el festival de cine que más se acerca en forma directa a la comunidad y a un público que no es asiduo a festivales pero si en particular de este. Por eso desde la programación tenemos que lograr que el espectador no quiera abandonar su silla teniendo en cuenta que esta sala tiene  paredes de aire y el cielo es de estrellas por lo cual el escape en masa podría darse ante cualquier bodrio. Y como dijo Capra lo peor que podemos hacer es caer en el pecado capital del cine, el aburrimiento.

La programación no es solo el contenido sino el orden de las fichas que como programadores vamos a jugar para lograr el disfrute del espectador. Dotar al festival de otras propuestas como muestras locales es un acto de transformación comunitaria, y este es un espacio tan social como cultural, porque no solo basta una competencia internacional sino también relevar producciones locales y fomentar las mismas. Por eso el Festival ha tenido un camino evolutivo al pasar a ser también un espacio gratuito de producción local para La Matanza y sus más de dos millones de habitantes. 

En conclusión, programar este festival se parece más a construir una montaña rusa, con altas subidas de adrenalina y caídas dramáticas para luego descomprimir y oxigenar en una segunda vuelta. Sospecho que en algunos momentos estamos en las antípodas de un convencional festival de cine independiente. Sin embargo el sentido es el mismo y es el de establecer el puente entre el realizador y un público popular. Y subsanar esa soledad abrumadora que muchos realizadores sienten al terminar de editar su obra y solo puede reconfortar el espacio de un festival, pues en verdad la obra permanece inacabada hasta que se proyecta la luz mágica y nos volvemos a encontrar. 

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